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Durante décadas, muchas organizaciones han centrado sus esfuerzos motivacionales en recompensas monetarias, bonos por desempeño y promociones verticales. Sin embargo, los estudios más recientes —y las experiencias más humanas— nos muestran que ese enfoque tiene límites claros. La motivación no se compra: se cultiva.

Mito 1: “El salario lo es todo”

Aunque el salario justo es un factor higiénico básico, por sí solo no garantiza compromiso ni entusiasmo. Cuando la remuneración deja de ser un problema, otras necesidades emergen: sentido de propósito, reconocimiento, autonomía. De hecho, Gallup ha encontrado que empleados que se sienten valorados tienen un desempeño superior incluso si su salario no aumenta.

Lo que realmente importa: Sentirse visto, escuchado y valorado.

Mito 2: “La motivación es responsabilidad del área de talento humano”

La motivación no es una tarea que se delega, es una cultura que se vive. Si el liderazgo no reconoce, inspira ni escucha, ningún programa corporativo logrará compensar esa ausencia. La motivación es colectiva, cotidiana y transversal.

Alternativa efectiva: Equipar a los líderes con habilidades emocionales y fomentar el reconocimiento entre pares.

Mito 3: “Reconocer mucho puede ‘inflar’ a los colaboradores”

Temor infundado. El reconocimiento genuino no genera arrogancia, sino pertenencia. Al contrario, lo que desmotiva es la indiferencia, la invisibilización del esfuerzo. Las personas se comprometen más cuando saben que lo que hacen tiene un impacto visible.

Clave emocional: Un “gracias” sincero tiene más poder que cien correos corporativos motivacionales.

Mito 4: “Solo los resultados tangibles merecen reconocimiento”

El esfuerzo invisible —la actitud positiva, la empatía, el soporte emocional, la resiliencia en momentos difíciles— también merece ser celebrado. Ignorar estos aportes crea culturas frías donde solo se valora lo cuantificable.

Estrategia humana: Reconocer comportamientos, no solo metas cumplidas.

 

¿Cómo motivar de forma más humana?

  • Diseñar sistemas de reconocimiento que validen el esfuerzo diario
  • Fomentar la retroalimentación emocional entre pares
  • Formar líderes con inteligencia emocional
  • Crear espacios donde se hable de propósito y sentido
  • Visibilizar pequeñas acciones con grandes efectos

En resumen: motivar no es empujar, es inspirar

El cambio de paradigma es urgente. Pasar del incentivo transaccional al reconocimiento transformacional permite construir culturas más resilientes, más humanas y profundamente comprometidas. En MisMéritos, creemos que la motivación no vive en la nómina: vive en las conexiones reales que se crean cada día.

No, el sueldo no lo es todo. Por supuesto, una remuneración económica justa es importante para que todo empleado se sienta motivado para dar lo mejor de sí en el trabajo… pero ésta es sólo la base. En realidad, existen muchos otros factores que influyen en el ánimo –y, por ende, en la productividad– de las personas.

Tómalos en cuenta para construir un equipo de trabajo feliz y eficiente:

1. Asegúrate de que todos estén en el puesto correcto

Tener a alguien poco preparado en un puesto clave es tan catastrófico como tener a alguien muy capacitado haciendo tareas demasiado simples. Si notas que alguien tiene iniciativa y es capaz de realizar tareas importantes, ¡no lo aburras pidiéndole que pase el día enviando correos! Cuida que todas las personas sean las adecuadas para su puesto.

2. Dales las herramientas necesarias para cumplir sus funciones

Esto incluye no sólo mejores computadoras (por favor, dales mejores computadoras), sino también entrenamiento. Muchos líderes subestiman la importancia de destinar tiempo para capacitarlos y resolver las dudas de sus empleados. ¡No asumas que ya lo saben todo! Pasa tiempo con ellos para revisar los proyectos, establecer los objetivos y definir qué herramientas necesitan para alcanzarlos.

3. Diles qué esperas de ellos

En el momento de la contratación y cada cierto tiempo, reúnete con cada miembro de tu equipo para establecer (con bolitas y palitos) qué esperas de su desempeño y cuáles son los resultados que deseas ver. Para un empleado, nada puede ser peor que no tener idea de cuál es su rol en una empresa.

4. ¿Han hecho un buen trabajo? Haz que lo sepan

“Sí, están cumpliendo sus objetivos, pero para eso los contraté”. Si alguna vez has pronunciado estas palabras, quizá sea momento de replantearte tal actitud. Todos necesitamos una palmadita en la espalda de vez en cuando para tener ánimos de seguir adelante. Y no, hacerlo no te volverá débil frente a los demás.

5. Trátalos con respeto

Las personas que se sienten felices con su empleo permanecen en el por más tiempo, y además, dan mucho más de lo que se espera de ellas. Y es que, ¿a quién le gusta que lo pisoteen todo el tiempo? Reúnete con tus empleados con frecuencia para asegurarte de que se sienten contentos con lo que hacen. Asimismo, ten una política de “puerta abierta” para que se sientan cómodos de hablar contigo de lo que sea que les incomode.

6. Dales autonomía

¿Tiendes a querer controlarlo todo? ¿Les pides que te avisen sobre cada tarea que realizan durante el día? Lo más probable es que se sientan asfixiados y que a la primera oportunidad busquen correr de ti. Diles qué es lo que deben hacer y ¡deja que lo hagan! Pedirles reportes diarios o tener reuniones a cada rato reducirá drásticamente sus ganas de trabajar.